Curso de antroposofía campestre

Escrito por el 22 enero, 2012 § 6 comments

Para los urbanitas, el campo es ese gran arcano. Casi lo desconocemos todo de él. Así, nos acercamos a veces con miedo, otras con curiosidad y no siempre con el respeto debido, cuando ofrece grandes lecciones de vida. Una la recibimos las pasadas Navidades al visitar, con un nutrido grupo de peques, una granja en Olóriz, pueblo navarro escondido entre Pamplona y Tafalla. Acudíamos con expectación, pues nos contaban que allí rigen los principios de la agricultura biodinámica, que ha conseguido que los animales convivan en paz y armonía. Vamos, como en los cuentos infantiles.

La granja la lleva una pareja de hermanos, José Joaquín y Paco Cabodevilla, quienes siempre sintieron la necesidad de «crear». Paco estudió técnico agrícola y, durante diez años, cultivó el campo de la familia como le habían enseñado: explotándolo en monocultivos, fertilizando la tierra con productos químicos y deslomándose en el tractor. Hasta que tuvo una crisis personal «por la frustración de la falta de horizontes».

Casualidades de la vida, en ese momento cayó en sus manos un artículo titulado Orígenes de la Agricultura Biodinámica. Estos son los principios de la antroposofía, una corriente de pensamiento desarrollada en el siglo XIX por el filósofo austriaco Rudolf Steiner. Su tesis central es que el mundo es, en esencia, una unidad indivisible. Sin embargo, a nuestra consciencia le cuesta captarlo así porque separamos aquello que perciben los sentidos de lo que capta el pensamiento. Tenemos, por tanto, que ser educados para captar esa unidad, donde no hay una división entre fe y conocimiento; tampoco entre los mundos espiritual y natural.

«Experimenté una resurrección», decía Paco de aquella lectura, aunque al principio, reconoce, no entendió casi nada. Llevado al terreno de una agricultura «consciente», esto supone  renunciar a los fertilizantes, cosechar siguiendo los ciclos de la luna y entender la granja como un organismo vivo, donde cada especie cumple una función determinada; las palomas, por ejemplo, airean la nave y espantan las moscas; las vacas aportan abono, etc. Así ha conseguido que funcione la suya, donde los animales están todos juntos y mis hijos y los de mis amigos no cabían de su asombro. Una experiencia estupenda, sin duda.

Al entrar en materia, Paco explicaba que es necesario escuchar a la naturaleza, así como crear una agricultura más humana, para administrar, sin matar, los recursos que el universo nos ha dado generosamente. Su ¿excesiva? convicción al hablar producía cierta desconfianza –aún más cuando la reencarnación se colaba en el discurso–, pero no la esencia del mensaje: que el hombre moderno necesita una nueva espiritualidad, acorde a su tiempo. El catolicismo, el islam y demás resultaron útiles para nuestros ancestros –hablaban su mismo idioma determinista–, pero no para nosotros, que debemos encontrar una creencia de base científica, si bien no materialista; eso hay que superarlo, defiende Paco.

La sostenibilidad, así vista, tiene sentido. Y por si acaso, a Paco y su hermano no les ha faltado el pan. Ahora están produciendo vino, con lo que tampoco les faltará qué beber. Brindemos por ellos.

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