Construcción de la nostalgia

Escrito por el 16 mayo, 2012 § 0 comments

Leo sobre la ‘Regla dorada de los 40 años‘, que es el tiempo, parece, que tarda en surgir la nostalgia colectiva. Imagino que siempre sobre el precedente de tiempos mejores. Por eso, igual que las personas, hay países más propensos a la nostalgia. Estados Unidos, de donde surge esta teoría, es claramente uno de ellos.

Bélgica. el Teruel de Europa, también tuvo su momento al sol a finales de los cincuenta. Allí es fácil percibir la añoranza de esa y otras épocas ingenuas y prósperas. Y yo tuve recientemente mi viaje nostálgico a este nostálgico país. Hace unos veinte años yo era el peor estudiante de arquitectura del mundo y en una de las asignaturas nos habían encargado hacer el seguimiento de un edificio en construcción. Yo elegí uno que estaba al lado de mi bar preferido. Casi diariamente me plantaba con mi libreta al lado de la obra. Poco me importaba que a esas horas ya no quedara nadie trabajando. Yo hacía acto de presencia y con mi blanche en la mano miraba distraídamente como los cimientos surgían de entre el barro. No se podía decir lo mismo de mi formación.

Pero es del bar de lo que quiero hablar (sí, otro bar en Caligráfico). Siendo los belgas hedonistas, charlatanes y amantes de los destilados, encontramos hoy allí muchos y buenos bares. Pero a finales de los ochenta, en plena apoteosis de los clubs, los bares no estaban de moda.

Phillippe y Filip eran dos reputados escenógrafo de cine. Su especialidad era dar un toque «vivido» a los decorados. Sus interiores parecían haber sido devorados sin piedad por el tiempo. Philippe Graf aplicó esta estética con tal éxito a su propia vivienda que un día al volver a su casa se encontró a unos chiquillos jugando dentro. Pensaban que era una casa abandonada.

Abrieron Le Belgica en el 87 pero parecía que había estado ahí toda la vida. Maderas arañadas, capas rotas de papel pintado, suelos con miles de horas de baile, bancos de piel ajada. Una década antes del grunge. También alusiones a la monarquía belga: un busto masivo de Leopoldo II, enseñas del Cincuentenario…. lo que hoy se llama ironía. El Belgica era una metáfora del espíritu belga. Su falsa y gastada nostalgia acogía a artistas, actores, músicos y diseñadores. También un joven extranjero siempre con una libreta de la escuela de arquitectura en la mano.

Es verdad que estaba también el Archiduc, pero abrumaba su sedante belleza decó; Le Belgica sin embargo era extrañamente acogedor y familiar como unas zapatillas heredadas. Allí se fraguó la discreta (como todo en este país) revolución cultural flamenca. Aún no habían llegado los voraces eurodiputados. Su web dice que Björk y John Galliano pasaron por allí.
Cambió de dueño y hoy es un animado bar gay. Delante del atril del DJ un joven vendedor de una tienda de moda baila una remezcla de SoftCell. Decenas de chicos sujetan sus vasos de plástico frente a la puerta junto al edificio al que (no) hice el seguimiento.

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