Por Txema Ybarra
España aprendió a hacer buen vino en Francia. Hasta que no cruzamos la frontera lo que se bebía era un producto recién fermentado en grandes toneles de madera para satisfacer el consumo del día a día. Rioja importó de Burdeos las técnicas del despalillado, del trasegado y de la crianza en barricas, y así se alumbró una nueva era en el viñedo español. Para bien y para mal… Lo único que no se copió fue el vínculo del vino con la viña, la identificación territorial propia del modelo del chateaux bordelés o el clos borgoñón, como si solo interesase lo que se hacía en bodega (con el mayor de los secretismos). La consecuente desconexión con el campo y el agricultor, así como la búsqueda de volumen y precio antes que de la calidad, llevó a competir en la misma liga que los llamados países del Nuevo Mundo. Y por tradición y riqueza natural, no corresponde tal lugar.
Basta, dijeron a una, hace más de un año, los viticultores, críticos, distribuidores y otros expertos en la materia que acudieron a los elegantes salones del club Matador de Madrid para apoyar el manifiesto “a favor de los vinos de excepción”, que ya supera las 200 adhesiones y sigue sumando. Se respiraba un verdadero espíritu combativo en este escenario rebosante de molduras, decorado con mobiliario moderno y alfombras de esparto. Más de uno sintió verdadero alivio al expresar lo que pensaba y sentía, que en ciertos ámbitos se ve como una amenaza, el cuestionamiento de un modelo de negocio que a muchos les ha hecho que les vayan muy bien las cosas. Pero ante cualquier atisbo de presentar batalla, Telmo Rodríguez echaba el freno: “No vamos en contra de nadie. Esto es un movimiento en positivo”. Si bien no se quería soslayar la contundencia del mensaje. “Este tren ya ha salido y no se va a detener. El que no lo quiera ver, se queda fuera”, advertía el gran urdidor del encuentro, vicepresidente y “bodeguero” del club, nacido en 2015 como punto de encuentro de élites culturales y económicas; el pintor Eduardo Arroyo es el “bibliotecario”.
Tras la presentación del que fuera el enfant terrible del vino español, hoy un “productor feliz” al frente de la Compañía de Vinos Telmo Rodríguez y de Remelluri, la bodega familiar, empezó el turno de palabra. Se esperaba con especial interés la intervención de Juan Carlos López de Lacalle, de Bodegas Artadi, quien había decidido abandonar la D.O.Ca. Rioja en fechas recientes. Un sonado escándalo. “La obsesión por la tecnología y la productividad de nuestro país debería complementarse con un desarrollo agrícola más sostenible. Deberíamos apoyarnos en un marketing emocional donde la pasión, el respeto por la naturaleza y la intervención del hombre estén más presentes”, defendió en alusión también a los motivos de su espantá. “Si pretendemos avanzar, no podemos perder lo más valioso que poseemos: la singularidad y el origen de nuestros vinos”, rubricaba en caso de duda.
Luis Gutiérrez, delegado en España de The Wine Advocate, el medio donde sienta cátedra Robert Parker, ponía las cosas en su contexto: “Debido a nuestra historia, España es en realidad un país emergente en el mundo del vino, ya que durante una buena parte del siglo XX hemos sido un país pobre y aislado, donde el vino era parte de la dieta de subsistencia. El sistema de Denominaciones de Origen, en el que todos debían ir al unísono bajo una marca genérica, fue bueno entonces, pero ahora el mercado pide diferenciación y para eso hace falta una jerarquía dentro de las regiones vinícolas”. Juan Manuel Bellver, periodista y director de las tiendas especializadas Lavinia, remataba: “El vino español es el mejor del mundo. He oído esa frase tantas veces… Lo malo de los tópicos es que terminan por convertirse en una pantomima cercana al ridículo. En el extranjero, que quede claro, no lo ven así. Corresponde a la nueva generación de viticultores la ardua e ingrata tarea de recuperar el amor por la tierra y dar carta de nobleza a sus vinos sin recurrir al truco fácil de hacer marketing con el ensamblaje de uvas foráneas o el pedigrí de las maderas”.
¿Pero qué implican todas estas reflexiones? ¿Hacía dónde llevan? Para responder a estas preguntas y otras muchas que surgieron durante aquel encuentro, y que han resonado desde entonces como un ruido de fondo que está lejos de apagarse, lo mejor es dirigirse a Telmo Rodríguez, al que se le ve con muchas ganas.
Tiene que ser divertido conspirar.
[Sonríe]
¿Por qué deciden promover aquel encuentro?
Había llegado el momento. En el viñedo español hemos cumplido la mayoría de edad y es hora de explotar el potencial vinícola de este país. Los que rebasamos los 50 años, como Peter Sisseck, Álvaro Palacios o yo, hemos luchado contra un mundo imposible, de comerciantes y grandes empresas. Hemos sido la avanzadilla y queremos que haya un hueco para quienes se centren en su oficio y en hablar de su viñedo. Es mucho más interesante. La idea de hacer un vino internacional con variedades foráneas, como en California y Australia, no nos lleva a ningún lado. Nuestro modelo es en gran medida el de la nueva cocina vasca y de Adrià, de tanto éxito: coger ideas de fuera y aplicarlas a lo que tenemos. España es una joya: tiene cerca del 60% de la biodiversidad de Europa, y estamos hartos de que nuestro vino sea considerado el peor del mundo.
¿Cuál es el retrato robot de los firmantes?
Aquí se han juntado perfiles de todo tipo. Hay gente joven que lo primero que le preocupa es beber un buen vino, que trabaja un viñedo de tres hectáreas sin grandes inversiones detrás y con gran espíritu de sacrificio. Es muy inspirador. Lo que nos une a todos es la mentalidad común de vivir con pasión nuestro viñedo y expresarlo en el vino. Que aflore ese paisaje. La técnica no nos interesa –hacer vino está tirado– sino el cambio psicológico.
Reivindicasteis el campo y el trabajo del viticultor desde un club, Matador, ubicado en un piso señorial de la elegante calle Jorge Juan de Madrid. ¿Cómo maridan paisajes tan opuestos?
Nos parecía interesante, para que se escuche más nuestro mensaje, llevarlo a la ciudad. Por eso invitamos también a gente de la cultura, como Vicente Todolí, que pasó de dirigir la Tate Modern de Londres a plantar cítricos en su pueblo natal. Lo cierto es que los grandes proyectos vinícolas nacen de una élite. El desarrollo de una iniciativa tan bonita como el Medoc Alavés, en el siglo XIX, se debe al patrocinio de un grupo de intelectuales de la Sociedad Vascongada de Amigos del País. En Burdeos y Champagne fue la aristocracia la que invirtió en las viñas, y también en Italia.
¿En qué acciones se va a concretar la puesta en marcha de este movimiento para que no sea un brindis al sol?
El manifiesto vino precedido por un encuentro en la Granja Nuestra Señora de Remelluri con más de 160 productores, españoles, franceses y de otros lugares, para hablar de la forma de trabajar de cada uno. También vinieron periodistas extranjeros y los representantes de la asociación alemana VDP, que es un ejemplo para nosotros. Está fuera de las DO, es privada y engloba a la mayoría de los mejores bodegas de su país y lo que han hecho es mapear el territorio para identificar los mejores viñedos a nivel de detalle. Porque el viñedo es como el talento, no está en todas partes, y tenemos que buscarlo. Esa es la gran asignatura pendiente en España.
¿Qué otros pasos se van a dar?
Hay que identificar también quiénes son los productores de mayor calidad y juntos promover una asociación de ese cariz. La base tiene que ser profunda; se tiene que imponer la honestidad. Sobra la actitud individualista, tirarse el rollo. Al menos los que nos hemos juntado en torno al manifiesto ya tenemos vendido nuestro vino. Es decir, no nos hemos metido en este lío para promocionarlo.
¿Cuál es el modelo de negocio detrás de esta visión tan romántica del vino y el viñedo?
Ante todo, en España debemos luchar por tener proyectos de dimensiones más humanas, con pequeñas familias propietarias al frente, como antes. Es fundamental para hacer cosas excepcionales y eso exige paciencia. Creemos que debería haber una vía más comercial y otra artesanal, cuyo origen sean pequeños terrenos vinculados a una zona u otra que harán que surjan vinos de extrema calidad. Borgoña es la referencia, con la división entre gran crudo, primer crudo y vino de pueblo. Representando solo el 2% de la producción, los grand crus son los que empujan a todos los demás, una industria que mueve millones de litros. Ya ves que hay sitio para todos.
Desde ciertos ámbitos de la DO Rioja se critica que vuestro movimiento, que busca ofrecer información muy específica, puede traer mayor confusión al consumidor.
¿Apostar por lo mediocre es un modelo a seguir? ¿Vas a dejar a Gasol en el banquillo? El consumidor culto –en Francia le llaman éclairé, iluminado, que me gusta más– sabe que detrás de un vino hay un paisaje, una historia, un oficio; es de los pocos productos que son capaces de explicar un sitio, y no le puedes negar esta información a quien sabe apreciarlo, porque le subviertes la experiencia. En este país de gente tan hedonista y disfrutona somos capaces de tirar la casa por la ventana por unas cigalas o unos percebes, y por un vino, con todo el placer que nos puede dar, no se nos pasa por la cabeza.
¿Las DO son hoy enemigas de la calidad?
Yo soy un gran defensor de las DO mientras cumplan la función para la que nacieron: defender un gusto. En Francia, que es donde surgen, consideran un milagro que tal sitio produzca tal sabor. El cordero pré-salé del Mont Saint-Michel, que come en prados impregnados de sal, está protegido. Y aquí se permite la venta de cogollos de Tudela origen Murcia. Es un disparate. En España las DO se han convertido en marcas sin ningún interés por ese gusto, porque están controladas por bodegas que tienen otros intereses.
¿Qué le piden a la Administración? ¿Cómo les puede ayudar?
No le pedimos nada. La Administración no hace vino. Pero estaría bien que echara un vistazo a este colectivo tan generoso, con jóvenes de tanto talento y con tantas ganas de sacar este país adelante entre todos. Hay vascos, catalanes, murcianos, madrileños… Todos además con una formación muy diversa, y nos llevamos de maravilla.
¿Y no hay un problema de exceso de falsos mitos pululando en la cabeza del consumidor? En España un vino del año se considera casi un anatema y no debería ser así. Difícil que se aprecie un vino de calidad si no aprendemos desde la base.
El padre de la enología moderna, Émile Peynaud, decía que el vino no lo hace el productor sino el consumidor. Un buen ejemplo es Rioja, que se convierte en el vino de la clase media que surge tras la Guerra Civil y ese éxito le lleva a apostar por el volumen. Ahora tenemos que pasar a una siguiente fase, dejando de lado mensajes básicos y poco estimulantes. Llevo 30 años haciendo vino y soy muy positivo. España se va a convertir en una potencia del vino de calidad y el consumidor extranjero nos va a ayudar mucho a darnos cuenta de que tenemos un país excepcional.
Cuando sale al extranjero, ¿qué cuenta para vender esa España oculta?
Hace poco, a un periodista inglés le expliqué que nuestro país es como una gran y bella casa señorial que llevaba 200 años cerrada y ahora empezamos a descubrirla, quitando las mantas que protegen los espejos y las sillas, abriendo cajones… Y los que estamos asistiendo a este proceso, flipamos. En nuestro país aún existen infinidad de viñas escondidas y alucinantes por descubrir. Llevamos más de dos mil años haciendo vino. De Valdeorras, por ejemplo, se empieza a hablar ahora, cuando es el viñedo más antiguo de Galicia. Está vinculado a la explotación minera de las Médulas. Su nombre significa “valle de oro”. Explorar un pasado tan increíble no nos puede motivar más.
*Entrevista publicada en el número 2 de la revista Port.
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