Soy de Bilbao –en algún momento lo tenía que decir–, donde pasé mi juventud viendo llover un día sí y otro también, incluido en agosto. A los veintipico me fui a Madrid, donde sigo asentado, y de lo que más me gustó al llegar fue ver que los días de sol se sucedían ad eternum. Pero, claro, lo mucho cansa y ahora sueño con que el cielo se encapote, sobre todo cuando te das cuenta, en octubre, de que no ha sucedido tal cosa desde hace meses. La ciudad apesta y hasta llegas a anhelar que se desate una galerna.
La semana pasada transcurrió en el norte y no paró de llover. Maravilloso. Pude trabajar con concentración y ver cómo el agua atacaba los colores del verano que retenían las últimas hortalizas, las hojas y los hierbajos, diluyéndolos, pudriéndolos y exaltándolos, me hizo reencontrarme, además, con la cámara de fotos.
También para mi, la lluvia tras los cristales es más inspirador todavía que una fecha de entrega. Mucho decir
Que cámara has utilizado. Buenas instantáneas Txemari.También echo de menos la lluvia y el olor a humedad y naturaleza.
una canon muy chulica.