Entre las muchas cosas que se pueden hacer en la capital inglesa en el frío mes de febrero no contaba con jugar en un Hyde Park completamente cubierto de blanco. Siempre visualizamos la city entre una espesa neblina gris, de asfalto mojado y desapacibles corrientes ventosas. Pero nunca nevada. Hasta que te toca. De repente todos los tópicos se desmontan, y lo más divertido que puedes hacer en la ciudad de los grandes hitos culturales es una guerra de bolas de nieve.
Uno ha vivido lo suyo en Londres. De noche, como joven desbocado y fiestero, en pubs de barrio reconvertidos en garitos de mala fama tras el toque de campana. Y también de día, entregado al frenesí del shopping de tendencias y los mercadillos vintage. Jamás decepciona. Es inabarcable. Pocas veces sin embargo se tiene la oportunidad de revivirlo como aquella primera vez, como adolescente ávido de aventuras en la gran ciudad, cuando buscaba los referentes clásicos de libros y películas, inasequible al desaliento, emocionado por viajar en autobuses de doble piso, buscar hueco en un abarrotado vagón de metro, comer en puesto callejeros con aromas exóticos y demostrar ante cualquier extraño el conocimiento de la lengua (Güeris….?, Jaumach…?). Buscando una conexión, como uno más, como la primera vez.
Londres sigue cambiando, pero despierta la misma fascinación en el viajero novel. Tener la oportunidad de revivirlo durante unos días con ojos juveniles ha sido un todo premio (gracias a Fran y a Lydia por su aguante y su ilusión). La ciudad, que vive entregada a las obras finales en vísperas de los Juegos de este verano, reivindica orgullosa al mismo tiempo el espíritu de Dickens en pleno bicentenario. Deambular por sus calles es seguir los pasos de Sherlock Holmes, Harry Potter, James Bond y los Beatles, en una gymkana improvisada que siempre depara sorpresas. ¿A quién le impresionan las exposiciones de este invierno dedicadas a talentos tan grandes como David Hockney y Lucien Freud, cuando puede contemplar la momia de Cleopatra en el British Museum? El Londres más blanco, el de la nieve, el de los niños, el de la primera vez, conjuga bien con la vanguardia más postmoderna. Las modas pasan, los clásicos nunca te abandonan.
Una maravilla… me he sentido deambulando por Londres leyéndote. Gracias!!