Lo suyo, aseguran, no es por romanticismo. Llamémosle entonces espíritu indómito, porque lo que a Fred Jourden (1974; Abidjan, Costa de Marfil) le gusta de andar en moto es “sentir el aire en la cara y los olores de la naturaleza al cruzar un bosque o un campo cultivado; detenerse junto un pequeño río, pegarse un rápido baño y seguir conduciendo; tirar a la izquierda cuando el mapa dice que deberías ir a la derecha”. Cuando irrumpió la crisis, en 2009, vio “una señal” y dejó su puesto como director de marketing digital en el buscador Lycos; adieu a una carrera consolidada después de diez años de duro trabajo. Decidió que lo que venía haciendo como pasatiempo junto a Hugo Jezegabel (1984; Neuilly-sur-Seine, Francia) se convertiría en su nueva profesión, que consiste en algo único: utilizar partes de motos antiguas para reconvertirlas, todas juntas, en piezas bespoke sobre ruedas.
Primero las hacían gratis para sus amigos, y es precisamente el éxito que tuvieron entre ellos –y entre los amigos de sus amigos–, lo que les hizo tirar para adelante, cobrando ahora por sus motos entre los 11.000 y 15.000 euros. “Con todo el trabajo que nos llevan no creo que seamos muy caros”, apunta Jourden, quien se pasa el día metido en el garaje de su tienda, Blitz Motorcycles, vecina en el distrito 17 de París de lujosos escaparates, palacios de congresos y los hogares de una nutrida representación de bobos (acrónimo inglés de burgueses-bohemios). Entre muebles recogidos de la calle y motores colgados del techo, trajinan en cinco motos a la vez por periodos de cuatros meses. Parten, principalmente, de BMW, Hondas y Kawasakis de entre las décadas de los 60 y 80; lo que ellos consideran la “edad dorada” del motociclismo. De 1971 es el documental de referencia motera On Any Sunday, protagonizado por Steve McQueen. No saben cuántas veces lo han llegado a ver.
“Nuestras motos son una mezcla de partes renovadas –marco, ruedas, asiento…– con otras que vienen con una historia detrás: abolladuras, óxido, pintura… También es una particularidad el no montar nunca un tanque de la misma marca que la del motor”, explica Jourden, quien aprendió mecánica al apuntarse a unas clases en un taller. Quería saber cómo reparar su propia BMW R50/2. “Me di cuenta de que, o conseguía hacerlo por mí mismo, o iba a perder un montón de dinero encargándoselo a otros”. Acudía a última hora, después de apagar el ordenador. “Me pasaba el día esperando a que llegara el momento de mancharme las manos de grasa”.
Hijo de un editor de periódicos y una abogada, Jezegabel aprendió a enredar en las motos desde pequeño. Vive junto a un amigo en un barco en el Sena y, siendo todavía un veinteañero, aún es un habitual de la noche parisina. Para él, una moto consiste en “dos ruedas y un motor”. Ya está. “Estando desnuda puedes apreciar su esencia. Entonces verás que cada elemento es diferente, único; por eso, no industrializamos ninguna parte del proceso de producción”. Desde luego, no le faltan reglas a lo que hacen; quizá por eso sean tan originales sus creaciones. Así, tampoco se dejan intimidar por los clientes. “El proceso creativo es 100% nuestro”. Como ejemplo de lo que es una de sus fuertes señas de identidad, valga lo que les ocurrió con el dueño de una BMW Tracker venido de Londres. Lo único que les pidió es que cambiaran el color rojo del tanque. Pues, bien, cuando volvió a recoger la moto… seguía siendo rojo. Y le encantó. “Hicimos bien en seguir nuestro instinto”, se ríe Jezegabel. “Lo cierto es que normalmente la gente no viene para decirnos lo que quiere”.
Ni siquiera es necesario presentarse físicamente en la tienda para hacer un encargo: “Basta con responder unas preguntas por teléfono o e-mail para conocernos un poco”, indica Jezegabel. También se ocupan de que la moto funcione como la seda. “Siempre abrimos el motor y cambiamos lo que sea necesario (pistón, válvulas, cadena de distribución, juntas…). Además, sustituimos los cables eléctricos”. Lo que se niegan es a proporcionar un motor por encima de las posibilidades de la moto. No son unos amantes de la velocidad por sí misma. Es más, se aburren en una autopista; prefieren disfrutar de las curvas de una carretera de montaña, y para eso es mucho más importante la fiabilidad. En opinión de Jezegabel, si sabes cuidar una moto y respetarla “durará hasta el final de tus días”. Una Green Hornet BMW R100/7 que Jourdan rehizo hace ocho años sigue acompañándoles en los largos viajes que emprenden cada verano, de cerca de 3.500 kilómetros. En pandilla con sus amigos se han cruzado España de norte a sur, Bélgica, Alemania, el Reino Unido, la Costa Oeste norteamericana y, por supuesto, Francia, que sigue siendo su destino favorito. “Tiene la mejor combinación de gastronomía, paisajes y clima. Aunque seguro que Irlanda y Escocia también están muy bien”, dice Jourdan, un motero que, alejado del tópico malote que acompaña a los easyriders, presume de no tomar drogas y ceder el asiento a los ancianos en el autobús.
*Este reportaje se publicó en diciembre de 2012 en el suplemento Fuera de Serie del periódico Expansión.
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