Al hablar no para de mover las manos. Es consecuencia de las largas horas que pasa manipulando con ellas flores y plantas. De ese esfuerzo surgen composiciones nunca vistas. Con suma delicadeza y minuciosidad, Azuma Makoto (Japón, 1976) crea ramos de texturas cárnicas, cuelga bonsáis de alambres –cuando no los sumerge en peceras o los incendia– y desarrolla escenografías botánicas imposibles para marcas de cosmética y alta costura, desde Hermès hasta Shiseido. Su arte se ha calificado como “neo-ikebana”, por ser una puesta al día, radical, de la ancestral técnica de arreglos florales nipona, si bien él camina en múltiples direcciones. Con cada estación, cambia de registro.
Como si fuera el Ferran Adrià de su profesión, deconstruye, innova y busca continuamente la sorpresa. Así ha sido desde que empezó, hace 15 años, sin estudios previos y por iniciativa propia. Se considera por derecho un hombre hecho a sí mismo; no reconoce ningún maestro. Y para refrendar de alguna manera su trayectoria acaba de firmar La enciclopedia de las flores (Lars Müller Publishers; 58 euros), una bellísima colección de fotografías cuya publicación también responde a otro propósito, más profundo: ”He querido mostrar mi respeto por las flores y plantas, dejar constancia de su fuerza y efímera existencia. Esta aventura editorial se podría definir como un gran bouquet donde se trata de perpetuar el alma de mi material de trabajo, con la intención de que toque el corazón de los lectores”.
El libro es un compendio de arreglos florales donde se citan más de 2.000 especies, entrelazándose unas con otras como nunca lo harían en un entorno natural. Kenyo Hara, responsable del diseño de sus páginas y director creativo de las tiendas Muji, considera “desafiante” la propuesta artística de Makoto. “En un mundo de férreas tradiciones como es en el que se mueve, él tiene la valentía de guiarse solo por su propia sensibilidad”.
Hara descubrió a este exquisito esteta en la floristería que tiene abierta en Tokio, de nombre Jardins des Fleurs, y que regenta junto a su socio el fotógrafo Shunsuke Shiinoki, co-autor de la enciclopedia. Su particular universo botánico le cautivó de inmediato, porque en vez de entrar a una abigarrada tienda donde las macetas se confunden unas con otras y apenas hay sitio para caminar, se encontró con un pulcro espacio de experimentación, donde también se preparan fabulosos ramos de novia.
En ese místico laboratorio, Makoto hace injertos que nadie ha intentado antes, da el máximo protagonismo a las plantas consideradas menos vistosas y juega con los bonsáis pero sin llegar a maltratarlos, pues en verdad no los quema y, tras tenerlos suspendidos en el aire, los vuelve a plantar en tierra. “Cuando los toco con mis manos, me digo que estoy ante formas de vida sagradas”. Así lo expresa quien pretende, con estas acciones, “hacer más explícitas las manifestaciones de la muerte y de la vida”, y que la gente profundice con mayor ahínco en el verdadero sentido de la Naturaleza, con mayúsculas. “Había dejado de ser popular como tema artístico y creo que hemos encontrado una nueva y excitante forma de relacionarnos con ella”.
Makoto define su trabajo como “una exploración de la fuerza expresiva de la naturaleza”, entendida de forma muy ambiciosa: “Quiero recorrer caminos que nadie haya transitado antes”. Anima a que otros le sigan e intenten cosas diferentes. “Hay mucho por descubrir”, señala. Persona locuaz, también muestra la humildad de los grandes artistas, hasta el punto de hacer una reverencia a las especies que conforman sus obras, una vez que ha terminado estas. “Decido su destino”, es la explicación para una práctica tan difícil de entender en Occidente. No obstante, sus exposiciones en Nueva York, Milán y París han sido un éxito, a la espera de que le llegue un definitivo espaldarazo en un museo de referencia, que se intuye inminente.
Todo esto no impide a Makoto ilustrar con un bodegón un anuncio de un zumo de frutas, reproducir con diferentes flores los aromas de un perfume o poner una sugerente alfombra verde en unos grandes almacenes. Son obras a las que les da la misma importancia que las anteriores, pues se entrega con igual pasión. Además, no podría buscar su sustento en el mercado del arte porque lo suyo tiene fecha de caducidad; es decir, no resulta una buena inversión. Su próximo proyecto le llevará lejos de todo esto, al río Amazonas, en Brasil, donde preparará otro libro, precedido de un sesudo estudio de los bosques tropicales. Conviviendo con la naturaleza más exuberante de nuestro planeta seguro que se sentirá plenamente feliz. No hace falta preguntárselo.
El bonsái acuático
La tienda de Makoto Azuma en Tokio, Jardins des Fleurs, es un laboratorio de ideas donde se han concebido locuras como los bonsáis acuáticos. A un trozo de madera de sabina se le fija musgo de Java que simula el follaje. Juntos reproducen el árbol en miniatura, que se sumerge en un sofisticado acuario donde se recrea un ecosistema natural. La fotosíntesis se estimula con luces LED y emisiones de C02, mientras que un sistema de filtrado mantiene el agua pura y aporta movimiento a las falsas hojas.
* Este reportaje fue portada el 12 de abril de Fuera de Serie, suplemento semanal de estilo de vida del periódico Expansión
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