En gran medida resulta una desconocida, al menos para el gran público, y quizá no debería ser así dada su entidad. Con 969 obras en la actualidad, la colección de arte contemporáneo de la Fundación Bancaria “la Caixa” es por calidad y número la más importante de esta clase en manos privadas de España. No hay otra que se le acerque. Pero tiene una paradójica explicación: el querer llegar al mayor número posible de gente. Así, su vocación es itinerante, esto es, viajera, y por este mismo motivo su sede se radica en un almacén vedado al público, donde las condiciones de temperatura y humedad se controlan al detalle y cada entrada y salida de las piezas tiene su respectivo informe, porque estas no paran quietas; unas integran exposiciones propias y otras se ceden a instituciones culturales de fuera.
A excepción de las esculturas y las instalaciones, custodiadas en un polígono industrial de Hospitalet de Llobregat –sobre el que se evitan dar los datos exactos de su ubicación–, el grueso de la colección se encuentra en los sótanos del CaixaForum de Barcelona, el cual ocupa la emblemática fábrica modernista levantada por Josep Puig i Cadalfach a los pies de las escalinatas de subida al Palacio Nacional de Montjuic. Para contemplar las pinturas es necesario tirar de unos enrejados movidos por rieles. Sacas uno y aparece una de las primeras obras de Miquel Barceló, ‘Mapa de Carne’ (1982), enorme lienzo de más de tres metros de ancho poblado por gigantes en metamorfosis. Uno mira a los ojos de forma muy poco pacífica. Cerramos.
Siguiendo con el mismo criterio aleatorio, sin ningún comisario que dirija la mirada, aparecen sucesivamente arpilleras de Millares y composiciones abstractas de Gordillo, Palazuelo, Tàpies, Canogar… Un festín cultural que no cesa, porque la colección va mucho más allá de los precursores de la modernidad en España. Después de aquellos les suceden artistas de todo tipo y procedencia, 378 de 37 nacionalidades distintas; algunos tan consagrados como Jean-Michel Basquiat, Sigmar Polke o Francesco Clemente, y otros emergentes promesas pero ya con un nombre en el competitivo mercado del arte. “Su carácter es internacional. Se concibió así desde que se empezó en 1985”, ratifica Nimfa Bisbe (1960, Nador, Marruecos), su máxima responsable. “En este mundo global se han perdido las referencias locales. Todo está conectado y hay múltiples miradas. Ya ni siquiera hablamos de escuelas, como hacen los historiadores. La tendencia, por tener un mapa, es agrupar las obras según las técnicas empleadas”.
A su vez, la reciente irrupción de la tecnología de la imagen en el mundo del arte, apoyada en Internet, ha acabado por romper barreras. No obstante, el marco de actuación está claro, que por algo se enmarca la colección dentro de un banco: “Nos ceñimos a un criterio cronológico fijo, que abarca desde 1980 hasta la actualidad. Aunque la colección posee espléndidas obras anteriores, compradas precisamente para explicar y dar contexto a los que vinieron después, “la Caixa” ya no colecciona arte anterior a esa fecha, a menos que se presente una oportunidad excepcional, de gran singularidad”, remarca Bisbe, muy pendiente de lo que dice, pues considera la colección casi como una hija.
En 1990 entró a trabajar en La Caixa como conservadora jefe de la misma y en este tiempo su mantenimiento se ha complicado cada vez más. El arte cada día es menos convencional y esto se observa de forma elocuente en el almacén específico para obra orgánica, a una temperatura de 18 grados y con una humedad de 47%. Estas condiciones climáticas sirven, por ejemplo, para guardar los monopatines de piel de cerdo (que aún gotean grasa) de la videoinstalación ‘La Hermandad’, del venezolano José Antonio Hernández-Díez; el busto de cera de otra pieza multisoporte firmada por el norteamericano Bruce Nauman, ‘Shit in Your Hat-Head on a Chair’ (necesita además de un proyector y de una silla colgada del techo); y más bustos, los de jabón y chocolate concebidos por la también estadounidense Janine Antoni, “súper estables”, asegura Bisbe, quien siempre exige instrucciones precisas acerca del montaje de este tipo de composiciones de vanguardia.
“Además del certificado de autentificación, necesitamos saber detalles como el espacio necesario donde se desplegará la obra o la clase de materiales empleados por si algo se estropea y poder sustituirlo. La idea de la pieza irrepetible solo funciona ya prácticamente con la pintura, donde el trazo del artista es su firma. Lo importante hoy es más el concepto”, comenta Bisbe, quien también considera obsoletas ciertas especificaciones como la marca del aparato electrónico a usar en la instalación, típica de cuando la electrónica comenzó a irrumpir en el arte: “Ya no hace falta llegar hoy hasta ese punto de detalle con el despliegue de medios que tenemos a nuestro alcance“. Por otro lado, son tantas las exposiciones a las que se enfrenta hoy un artista de éxito, que por la imposibilidad de estar en varios sitios a la vez, prefiere curarse en salud indicando qué hacer con exactitud al montar sus creaciones.
Llegados a cierto nivel, la profesionalización del mundo del arte es máxima. Así, un banco no parece mal sitio para una correcta gestión de unos fondos artísticos de semejante relevancia. Como resalta Valentí Farrás (1963, Cardona, Barcelona), director del CaixaForum de Barcelona y otro asiduo de los pasillos del almacén, una exposición tipo de las que ellos organizan cuesta entre 150.000 y 200.000 euros, y cada céntimo, por supuesto, está auditado, empezando por el transporte: “Solo contratamos empresas especializadas en llevar arte. Deben ser camiones con control de temperatura y compartimentos estancos”, continúa Farrás. “El cuidado ha ser máximo. Después de un viaje largo imponemos un periodo de aclimatación de 24 horas para que la obra se acostumbre a la humedad ambiente. En el caso de la pintura, un cambio brusco causa tensiones que pueden provocar que su superficie se cuartee”. Aunque siendo a la fuerza una colección tan joven, no existen los problemas de conservación con los que se encuentran en El Prado, si bien la modernidad ha llevado la experimentación a todos los ámbitos, incluido el de los materiales, con consecuencias desastrosas en algunos casos. Por si acaso, el decálogo de la política de adquisiciones, público en la propia web de la colección, desaconseja los soportes endebles.
Lo más importante, en todo caso, es el objetivo con el que se creó la colección. Nuestro país, tras el franquismo, era un paisaje desolado en lo que a arte contemporáneo se refería. A excepción de los esfuerzos de la fundación Juan March por traer a figuras de renombre, pero desconocidas para los españoles, como Giacometti, Dubuffet o el propio Picasso, no había mucho más, aparte de los deseos de apertura de un grupo de coleccionistas y artistas de Barcelona. Ahí es donde entra la caja para tomarles el relevo y constituir una colección de carácter público que cubriera las grandes lagunas culturales de España. Tal como significa el presidente de la actual fundación bancaria, Isidro Fainé (1942, Manresa, Barcelona), “la Obra Social ‘la Caixa’ siempre ha basado sus líneas de actuación en dos principios: la anticipación, abriendo camino en la cobertura de necesidades no resueltas; y la complementariedad, actuando en colaboración con administraciones públicas y entidades sociales para maximizar la utilidad social de sus acciones”.
En “la Caixa” existe un gran orgullo por su particular manera de hacer y la Ley de Cajas la consideran una oportunidad para mantener su personalidad propia. Así lo ve su directora general adjunta, Elisa Durán (1958, Barcelona): “Antes dependíamos del presupuesto que nos adjudicaba la caja, ahora la fundación bancaria es la dueña de las acciones del ‘holding’ Criteria, donde entran CaixaBank y otras inversiones como las que tenemos en Telefónica, Repsol o GasNatural Fenosa. Eso nos proporciona una enorme estabilidad. Mantenemos un presupuesto de 500 millones de euros, misma cantidad que en los siete ejercicios anteriores. Esta dotación sitúa a nuestra entidad como la primera fundación privada de España y una de las más importantes del mundo, tan solo antecedida por la Fundación Bill & Melinda Gates y por la Wellcome Trust Foundation”.
Pero como apunta Ignasi Miró (1973, Terrassa, Barcelona), director del área de Cultura, a cuya difusión, junto a la de Ciencia, se dedican 100 millones de euros anuales –los destinados a la colección de arte contemporáneo no se publican para que las galerías no hagan sus cuentas–, “nosotros trabajamos en España, donde tenemos como última meta ser un vector de transformación social. Otras fundaciones son más globales y se dedican sobre todo a financiar los proyectos de terceros, mientras que un 80% de nuestro presupuesto financia programas propios. Contamos con siete centros CaixaForum, más el que está por venir en Sevilla, que recibieron durante la temporada 2014-2015 un total de 2,3 millones de visitantes. Además, montamos 15 exposiciones itinerantes en 90 ciudades distintas. Somos también un caso único porque el 80% de los visitantes de nuestros centros culturales son locales, frente a una mayor representación de turistas en instituciones de nuestro tipo”.
“Lo difícil es encontrar con quién compararnos”, prosigue Miró. “Podemos hablar, en el caso del arte contemporáneo, de otras grandes colecciones en manos de bancos, pero están concebidas más para decorar despachos y no tanto para exhibirlas fuera”. En España sus ‘pares’ son el Museo Reina Sofía, con una colección de 21.834 obras, y el MACBA, con 5.809. Con esta última se creó una alianza en 2010 para que adquirieran obras de forma conjunta, bajo el criterio impuesto por un mismo consejo asesor. Así no se pisan y la capacidad de compra es mayor. En opinión de Bisbe, la suya es más “visual y objetual”, de grandes instalaciones, mientras que en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona se sigue una línea aún más conceptual, derivada de las corrientes de los años 60.
“Es complejo. Por eso en el consejo se discute muchísimo”, asevera la Bisbe. “Nosotros construimos un relato que nace en los años 80, cuando los jóvenes de entonces se veían muy influidos por el ‘neoexpresionismo’, el ‘minimal’ y el ‘arte povera’, estilos de los que existen distintos testimonios en la colección para explicarlos. A partir de entonces ha crecido casi como un organismo vivo. Solo compramos piezas que dialoguen con las que ya existen, de donde surgen subrelatos. Es como cuando se escribe una novela y aparece un personaje que va cogiendo peso por sí solo en la trama”. Así comenzó la línea que confronta realidad y ficción o la de arte social. A esta última se adscribe una de las piezas más codiciadas en posesión de “la Caixa” y que anhelan tantos comisarios: la mesa en homenaje a las víctimas de Colombia, hilvanada con cabellos humanos, de Doris Salcedo. El mencionado busto de cera de Nauman es otra de las obras más solicitadas
Precisamente, el mayor orgullo de Bisbe es el prestigio que ha adquirido la colección fuera de nuestras fronteras, a raíz de los innumerables préstamos que se hacen de forma periódica, así como el éxito de determinadas apuestas antes de que se convirtieran en los monstruos del mercado que son hoy. Es el caso de tres óleos de Gerhard Ritcher –uno colgado de momento en el despacho de Fainé– y la instalación ‘El espacio del dolor’, del también alemán Joseph Beuys, una caja de plomo a la que se accede por una puerta y transmite una inmediata congoja “purificadora”. Entre las recientes adquisiciones de ámbito nacional que prometen afianzarse como referentes en el futuro cabe destacar las fotografías de la pareja española Bleda & Rosa, el viaje del microcosmos al universo propuesto por David Bestué y Marc Vives o un mueble de madera y metal que esconde la original pintura de Pere Llobera.
Las referencias son múltiples, de forma que la reciente historia del arte se puede leer casi en su totalidad sin salir de los almacenes de la colección de arte contemporáneo de “la Caixa”. Hay fotografía de Andreas Gursky y Joan Fontcuberta, escultura de Richard Serra, instalaciones de Bill Viola y Olafur Eliasson, y diversa obra gráfica de Chillida que tan bien quedaría colgada del salón de casa. “Compramos obras que reflejan las inquietudes sociales y nos hacen preguntas sobre nosotros y nuestro mundo. No hay gustos particulares, aunque la mirada de cada uno es inevitable”, concluye Bisbe.
*Reportaje publicado en la revista Fuera de Serie el 10/11/2015
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