Artesanos. El buen hacer español, además de un libro, es un gran viaje por España, pues en sus páginas están representados talleres de todos los rincones de nuestra geografía. El objetivo ha sido abrir sus puertas y dar a conocer su excelente trabajo. Porque si bien la artesanía es uno de nuestros grandes patrimonios, es también una gran desconocida.
Quizá sea esto debido a que el taller exige dedicación exclusiva y no deja tiempo para desarrollar estrategias de comunicación y marketing. Que la mayoría de ellos estén situados en pueblos tampoco ayuda a que se les conozca. Pero, claro, sin el sosiego y la calma necesarias es casi imposible trabajar a ese nivel.
Ha sido un privilegio verlos en primera persona –en plena ola de calor de julio, todo hay que decirlo– y esperamos que las páginas de este libro transmitan esa magia que tienen los talleres.
Tal vez esa magia resida en que su trabajo no es perfecto. Hay fallos. Que nunca cometería, por ejemplo, una máquina de control numérico. Pero es que ahí reside su belleza y es lo que hace que cada sea única y tenga una marcada individualidad.
Deyan Sudjic, director del Museo del Diseño de Londres, llama a esto la perfección de la imperfección. Y el ceramista Xavi Mañosa, uno de los protagonistas del libro, le llama “la peca”. Pensemos en la de Cindy Crawford.
Su atractivo también proviene de que, en vez de reflejar los fríos procesos de producción modernos, la artesanía tiene grandes historias que contar. Al visitar la fábrica de alfombras de esparto de Antonia Molina aprendimos que con esta fibra vegetal, típica del sureste español y el Magreb, se han hecho zapatos desde el Neólitico. Y que también sirvió para cruzar el Mediterráneo, pues se usaba para fabricar cabos.
Pese a todo lo que tiene de bueno, la artesanía no vive sus mejores momentos en este país. Representa menos del 1% del PIB, mientras que en Francia e Italia ronda el 10%. El inteligente posicionamiento de los talleres de nuestros países vecinos en el sector lujo explica en gran medida que sea un pujante negocio. Pensemos por un momento en una firma como Hermès. Debido al alto grado de sofisticación de sus artículos, sus imitadores no llegan ni a su sombra.
La colaboración con grandes empresas parece una solución. Unos se dedican a producir y otros, a vender. Es un modelo que funciona en Ubrique (Cádiz), donde un taller como Bench produce para firmas de prestigio como Dunhill, Hackett, S.T. Dupont y ahora la española Cartujano; Mantas Ezcaray trabaja para Zara Home, Armani Casa, Carolina Herrera y Loewe; Apparatu, para Marset y BD Barcelona. Aunque lo mejor de estos ejemplos es que, a su vez, apuestan por comercializar piezas bajo marca propia. Bench acaba de lanzar su propia línea de bolsos. Mantas Ezcaray ha conseguido llegar con marca propia a exclusivos centros comerciales de Nueva York, París y Tokio, mientras que Apparatu prefiere editar por su cuenta su trabajo más experimental.
De otros, en cambio, casi no se sabe nada debido a la imposición de cláusulas de confidencialidad que tienen como fin que el prestigio se lo quede quien pone el artículo en el escaparate. Mal negocio a la larga.
Por supuesto, también hay otras vías, y todas pasan por ensanchar horizontes. A base de mails, viajar a ferias y, claro, diseñar algo único, en Pico Pao han conseguido poner sus creativos juegos en la tienda del museo MoMA de Nueva York. Teniendo como base Zamora.
Para convertirse en la gran referencia internacional que es en la actualidad, el lutier Vicente Carrillo tuvo antes que descubrir que la guitarra española había dejado de evolucionar en nuestro país. Así que empezó a viajar sin saber idiomas para aprender qué se hacía en el extranjero. En Antonia Molina funcionó el presentarse a decoradores de prestigio, como Pascua Ortega y Jaime Parladé, para que ellos fueran sus prescriptores.
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