Piero Lissoni, el diseñador humanista

Escrito por el 24 enero, 2017 § 0 comments

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Por Txema Ybarra

Piero Lissoni (23 de julio de 1956. Milán, Italia) está de resaca. Hace pocos días que terminó el Salón del Mueble en su ciudad, y un año más hubo que echar el resto: casi todos los implicados en la industria del mobiliario esperan a esta cita para mostrar ahí sus novedades; las demás ferias del ramo se diría que viven de las migajas que la ciudad italiana les deja. Y por si fuera poco, la actividad es igual de intensa fuera del recinto ferial: fiestas, exposiciones, ‘pop ups’… Es inconcebible llegar a todo. Ni siquiera a la mitad de la mitad. En todo este tumulto, el diseñador italiano se mueve como pez en el agua. “Me encanta ese nivel de adrenalina que implica estar en tal cantidad sitios en tan poco tiempo. Es una oportunidad increíble poder contemplar tantas cosas de una sola vez”, comenta el milanés, quien presentó, entre otras muchas piezas, unos coches de juguete en edición limitada para Kartell, una cómoda transparente para Glas Italia y una estantería de colores para Porro. Semejante inmensidad, que muy pocos pueden abarcar, también le lleva a admitir que “es un bonito sueño que a veces tiene un poco de pesadilla”.

En su estudio, además, organizó cocteles al atardecer. Situado al final de un callejón en pleno distrito de Brera –en el que suceden más historias durante la feria–, al lugar le sobra encanto para montar lo que haga falta. Es un antiguo almacén de cerámica que mantiene su configuración abierta y llenaron de mesas corridas con ordenadores. Tampoco parece mal sitio para trabajar; ahí abajo o en el señorial piso burgués con terraza del piso superior. Una plantilla de 70 personas y el respaldo financiero de un grupo inversor apoya la labor de este arquitecto de formación, lo mismo capaz de enfrentarse al diseño de una silla que a un hotel en Estambul, un barco de vela para Luciano Benetton, la identidad gráfica de la Bienal de Venecia o una mansión en el lago de Como. Es asimismo director de arte de numerosas empresas, entre ellas DePadova y Boffi, la primera absorbida por la segunda, constituyendo la gran operación del sector del mueble de la temporada.

Entre los socios del estudio hay un madrileño, David López, de 36 años e igual de alto que él; cerca del 1.90. Pescado en una reunión, este especialista en arquitectura de interiores asegura que, en efecto, Lissoni es capaz de llegar a todo: “No sé cómo lo hace pero consigue tener la cabeza metidos en todos los proyectos. Es un máquina”, dice con simpatía. Y no parece que su jefe pierda los nervios en el empeño. Al menos da esa impresión al conocerle en su despacho de generosas dimensiones. Se toma con calma las respuestas, no se atropella. Ejercen de bálsamo de este coqueto abuelo –tiene ya un nieto– sus tres ‘retrievers’ –Ambra, Satisfaction y Summertime–, de las que dice que son “como sus hijas”. Siempre le acompañan cuando no le toca viajar, lo que por otra parte le sucede más de la mitad del año. Ahora mismo está con 40 encargos a la vez repartidos por todo el mundo. Quizá por eso le gusta tanto el Salón del Mueble; garantiza al menos unos cuantos días en casa.

¿No resulta casi imposible destacar entre la abundancia de nuevos artículos de todo tipo que se presentan cada año en el Salón del Mueble de Milán? ¿No está todo visto en el sector del mobiliario?

No lo creo. Pero lo cierto es que solo unas pocas fábricas, empresas y marcas son capaces de hacer cosas distintas. A los demás hay que calificarlos de ‘followers’. Para conseguirlo hay que concentrase en la evolución de las cosas, no solo en la creatividad. Eso significa que tenemos que estar pensando constantemente en cómo vivimos. Antes hacíamos estanterías para acumular libros y vinilos. Es una función que ya casi no tiene sentido y, ante estos cambios, tenemos que saber dar una respuesta.

¿Y es sostenible este modelo de la máxima abundancia?

Si hablamos de ecología, un tema que está en boca de todos, la solución está en producir menos pero también mejor. Y no es un problema de materiales sino de cómo los empleamos. El plástico, por ejemplo, puede ser tan ecológico como la madera.

¿Cómo le es posible trabajar con tantos clientes tan distintos a la vez? 

No es complicado. Una fábrica es un equipo y cada cual tiene su propio temperamento y sus propias cualidades. Si yo produzco o diseño algo para otros no lo hago yo solo, juego dentro de unos límites, con sus herramientas. Además, tengo mi propio equipo, que funciona de maravilla. Tienen libertad, y eso es importante. Entran y salen de trabajar cuando creen oportuno. Mi estudio funciona en cierta manera como una universidad.

Pero luego los laureles se los lleva usted.

Es muy romántico pensar que esto es un ‘one man show’, pero no ocurre así y, además, resulta más enriquecedor. Trabajamos dentro de un sistema, en equipo, con sus normas que hay que respetar. En esto soy un poco germano. Pero también tienes que mantener un niño en tu interior y quedarte fascinado con cada nuevo día. Por otro lado, también estás obligado a ser un poco cínico.

¿Qué importancia le da a la empatía en su trabajo, a conectar con el cliente?

Soy una cara pública y esa es una labor con la que estoy cómodo. Mi trabajo depende por completo de un diálogo continuo con el cliente y eso me obliga a decirle las cosas como son. En consecuencia, debes tener la valentía de decir sí o no, de si sigues adelante con un proyecto o paras, de si decides matar a tu propio hijo. Suena fuerte, pero es un poco así. Sufres. Porque quieres que tu trabajo salga adelante; sin embargo, llega un momento en el que acabas por reconocer que lo que has hecho no está bien. Tiramos cerca del 90 por ciento de las ideas que generamos en el estudio. Los errores son la clave de todo.

¿Hay un estilo Lissoni?

[Resopla] Tener un estilo inconfundible resulta muy peligroso. Es como creer en una religión y yo no soy religioso. Lo que tengo es un código, y eso es diferente. Por decirlo de forma diferente, tengo un alfabeto.

¿Y cuáles son las letras de ese alfabeto?

Soy un arquitecto minimalista. Me gusta lo simple, y lo difícil consiste en reducir. Lo minimalista llega al final de un largo proceso. Lo fácil es ser complicado. Y para añadir un punto picante me gusta jugar y experimentar con el color. Además, intento ser flexible y también busco la elegancia y la belleza natural, aplicar la última tecnología cuando viene al caso y conectar con la historia y la cultura. Es imposible sobrevivir sin tradición. Vivimos en un mundo moderno, pero siempre tengo en cuenta el pasado para tratar de transformar la tradición en algo nuevo. Tengo en mi iPad metidos muchos diccionarios porque me gusta saber el significado último de las cosas, que hay detrás de lo que vemos. Es como meterte en un laboratorio, del que no sabes cuándo vas a salir. Te adentras en el laberinto de Cnossos y descubres que el minotauro está bailando en otro sitio.

¿Qué se le da mejor entre el amplio abanico de encargos con los que le toca lidiar?

Estoy cómodo en todas las situaciones de mi trabajo. Me gusta pensar que soy un humanista. No me considero ni arquitecto ni diseñador ni ingeniero ni carpintero. Soy todo ello a la vez. Cuando hablo de una perspectiva humanista lo contrapongo a la visión anglosajona, que tan poco me gusta, de la especialización extrema. Resulta muy aburrido. Para mí no tiene sentido que construyas un edificio y te desentiendas de lo que pasa dentro.

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El teléfono interrumpe la conversación y se queja tras colgar: “No sabemos para qué sirve exactamente este aparato; somos más víctimas que usuarios”. Confiesa no estar en ninguna red social y no usar WhatsApp. “No quiero ser un adicto enviando y viendo imágenes, recibiendo mensajes, enviándolos, esperando una respuesta… Si quiero ponerme en contacto con alguien, le llamo. Acabo antes”. En cambio, está entusiasmado con su gigantesco iPad, tamaño A3, que usa para dibujar. “Es magnífico. Mejor que el papel. Tiene una paleta interminable de colores y materiales. Con su lápiz digital puedes hacer lo que quieras”, asegura. Aunque mucho más fascinante resulta lo que él denomina su ‘Wunder-Kamera’, gabinete de las maravillas en alemán. Excelente estímulo creativo para momentos de bloqueo.

Se trata de una enorme librería metida en una vitrina que observa desde su mesa de estudio y donde guarda objetos variopintos. Robots chinos de juguete, piezas antiguas y libros de literatura, diseño y arquitectura. Desde Vázquez Montalbán hasta un monográfico sobre Villa Tugendhat, una de las primeras obras de Mies van der Rohe, arquitecto de referencia para Lissoni. Hay también una colección de comics de Donald Duck, al que sigue leyendo desde su niñez por su carácter imposible. “Me vuelve loco. Por un lado es un genio y por otro, un completo estúpido. A veces es generoso y otras, un miserable”. Destaca una miniatura de un Porsche 356 Speedster cabrio: “Era el coche que más me gustaba en mi juventud, ‘madre’ del 911 Carrera, el que conduzco hoy por Milán. Es una magnífica pieza de diseño, aunque su conducción no resulta muy fiable, con el motor y la tracción atrás. Un Alfa Romeo da mejor resultado en este apartado”, dice este dice que lleva con orgullo la bandera del ‘made in Italy’ y que, a diferencia de otros compañeros de profesión que dejan su impronta estética en todo lo que tocan, prefiere adaptarse más al propio estilo del cliente, al que todo le debe. Su conclusión es para que un proyecto acabe bien “depende en un 70% de que te toque un buen cliente”.

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¿Con qué mentalidad afronta proyectos tan distintos a priori como el interiorismo de un edificio o la identidad gráfica de una empresa?

Combino de forma distinta mi alfabeto. En el último caso, además, tengo que pensar de forma bidimensional. Tridimensional en el primero. Un edificio se trata del proyecto más complejo porque tienes que pensar en espacios y eso implica soluciones muy diferentes para un mismo problema. En la Bauhaus decían que es posible diseñar igual desde una cuchara hasta una ciudad. Lo veo propio de la mentalidad germana, tan dramática, de que puedes tener todo bajo control. Desde la perspectiva italiana esto no es posible si no le das una escala humana a lo que haces, si no piensas que la cuchara la coge un hombre o una mujer, y que en la ciudad vive gente, con sus alegrías y tristezas.

¿Qué diferencia al diseño italiano de otros con tanta fuerza expresiva como el nórdico o el japonés?

Nuestra red de fábricas y talleres no se puede replicar fuera. Cuando piensas en diseño nórdico, lo que te viene a la cabeza es el valor que se le da a lo antiguo y a su conexión con la naturaleza. Nosotros, en cambio, usamos lenguajes muy distintos y sabemos aprovechar las oportunidades, y eso es lo que nos convierte en el país de referencia en esta industria. Somos capaces de hablar diferentes dialectos. Podemos ser tradicionales, vanguardistas, industriales, tecnológicos… El diseño japonés remite a la idea de puridad, porque pensamos que todo lo que hacen ahí viene acompañado de una filosofía de continencia intrínseca a su forma de vida. Qué me dices de esas cajas de madera con preciosas tazas de porcelana dentro. Sublimes. ¿Pero qué país comenzó a construir los coches tan feos que luego han marcado tendencia en el mercado? Japón. Sus motos o productos electrónicos tampoco destacan por su belleza. Aquí no se aplica en absoluto esa idea de pureza y simplicidad extrema. Piensa ahora en un Alfa Romeo. Parezco muy chovinista, pero que conste que soy un enamorado de Japón [señala la obra de un fotógrafo nipón colgada de la pared de su despacho para demostrarlo].

¿Qué sensación le produce descubrir que algo que diseñó en el pasado se lo han copiado?

Es un gran honor, y un precio que tienes que pagar si pretendes marcar tendencia. En un primer momento te puede molestar, por toda la energía que pusiste en el proyecto y ellos, no. Trabajaste en verano y el día antes de Navidad solo porque un mínimo detalle funcionara como tú querías. Pero tienes que ser tolerante y cambiar de perspectiva. Que eres bueno se demuestra porque alguien te acaba copiando.

¿Y cuál es el secreto para conseguirlo, fuera de su alfabeto?

Está en ser capaz de tomar riesgos. Se trata de jugar con lo impredecible. Desde mi punto de vista, resulta muy fácil hacer cosas normales. El resultado es que caerás en la banalidad, hagas muebles, casas o comida. Lo que tiene mérito es lo contrario, transmitir personalidad, y eso obliga a asomarte al borde, mirar que pasa fuera, moverte en ese límite. En eso consiste, por ejemplo, ir bien o mal vestido. Tienes que saltar de dentro afuera y volver.

*Este reportaje se publicó en junio de 2016 en el suplemento Fuera de Serie del periódico Expansión.

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