Norman Foster, el arquitecto del futuro

Escrito por el 8 noviembre, 2017 § 0 comments

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Por Txema Ybarra

De forma inconsciente, esperas que Norman Foster (1935, Manchester) sea un tipo alto. Será por la inmensidad de lo que ha construido. Aeropuertos desde China hasta Panamá, rascacielos de todo tipo, puentes interminables… Es, sin embargo, un señor de baja estatura y delgado. Claro que a sus 81 años también se le puede calificar de coloso, por no llamarle monstruo, dada la energía que gasta. A primera hora de la mañana se había hecho 50 kilómetros subido a la bici, una minucia para él: de media recorre 250 por semana, un entrenamiento para grandes gestas como subirse en verano los puertos de los Alpes o ir pedaleando de París a Berlín (1.048 kilómetros), ruta cubierta hace pocos meses. En invierno aún practica el esquí de fondo y una vez al año, cumpliendo con el ritual, completa una maratón de 42 kilómetros.

Que está en forma salta a la vista. Quería presentarnos al socio del estudio que ha estado detrás de su aeropuerto de drones para África y, en un santiamén, salió disparado por su estudio de Londres, entre cuyas inmensas maquetas y mesas alineadas junto al Támesis se perdía su figura. Hubo que acelerar el paso. En el camino se detuvo para hablar de su última bicicleta con otro miembro de Foster+Partners, donde sigue al frente de sus cerca de 1.500 empleados, más de mil en la capital británica. Poco después acababa por desvelar la fecha de inauguración en Madrid de la fundación que lleva su nombre: el próximo mes de junio, en un palacete de la calle Monte Esquinza que adquirió en 2012 por nueve millones de euros a Bankia. “Se dedicará a la investigación. Funcionará de forma parecida a una universidad”, comienza explicando con su habitual entusiasmo. Ese particular aeropuerto, presentado en la Bienal de Venecia de este año y que ya es mucho más que eso, lo considera el primer proyecto de esta nueva aventura personal. Ahora lo ha dicho. Lo que mandan las mujeres, estuvo el entrevistador tentado en decirle. Pero mejor no interrumpirle, que el tiempo concedido por lord Foster es oro.

En otro momento se levanta para enseñar, sobre una pared empapelada con fotografías, algunos de los trabajos en los que su implicación ha sido directa. El primero que destaca es el centro Maggie de Manchester de atención a pacientes con cáncer, una enfermedad que él mismo tuvo y venció hace más diez años, sin desvelar sus padecimientos a prensa y público ni dejar de trabajar durante los meses que se sometió a quimioterapia. “Nuestro objetivo fue crear un lugar sin ninguna de las referencias institucionales de un hospital”, cuenta de este edificio sanador abierto el pasado mes de abril en su ciudad natal. “Es un espacio lleno de luz, hogareño, donde la gente se reúne, habla o simplemente reflexiona”. Otro de los encargos recientes en los que se ha involucrado al cien por cien es una mesa de mármol para una firma italiana de canteros, Citco. Igual de cómodo se encuentra en todas las escalas del diseño.

En estos momentos Foster+Partners está metido en 250 proyectos a la vez por todo el mundo. ¿Cómo se gestiona un estudio de semejantes dimensiones?

Funcionamos en grupos individuales que trabajan entre sí pero que también son muy autónomos; son estudios en sí mismos. Además hay otros que nutren a los demás: los de filmación, diseño gráfico, modelaje físico y digital… Yo juego dos roles que se solapan completamente. Es un sistema propio de las universidades americanas. Como el decano de la escuela de arquitectura de Havard o Yale, por un lado dirijo el comité de diseño, que sería el jurado que supervisa el trabajo de los estudiantes, y a su vez llevo proyectos por mi cuenta, lo que me hace responsable ante el cliente e implica una relación muy personal con el mismo. Pongamos de ejemplo la nueva sede de Apple. Steve Jobs me llamó para pedirme mi ayuda. ¿Cuándo te vienes?, me pregunto. En dos semanas estaba con mi familia alrededor de una pizza en la cocina de su casa y ahí fue donde sus nuevas oficinas de Cupertino comenzaron a tomar forma.

¿Influye esta implicación personal en el presupuesto del proyecto?

En absoluto. Es todo circunstancial. Una modesta intervención como la de la bodega Château Margaux, en Burdeos, surgió entre el grupo de gente con la que salgo a andar en bici. La construcción de la nueva sede en Londres de Bloomberg la asumí a raíz de mi amistad personal con Michael Bloomberg. El rascacielos 425 Park Avenue, en Nueva York, fui yo el que lo presenté a concurso y, cuando ganamos, decidí continuar al frente. Ya ve que sigo pegado a mi cuaderno de dibujo [muestra sus hojas repletas de bocetos a lápiz. Esta habilidad le permitió financiarse sus estudios de arquitectura].

¿Dibuja con la misma intensidad que cuando era joven?

Dibujo todo el rato.

 

Estos bríos del barón de Thames Bank, solo comparables a los de Oscar Niemeyer –arquitecto al que admira y que murió con las botas puestas a los 104 años–, fueron los que le llevaron a superar la barrera social que le supuso el haber nacido en el seno de una familia de extracción humilde, infranqueable en su Manchester natal para convertirse en arquitecto. Cuando su carrera tardaba en despegar o tras haberse dado algún que otro susto financiero, también le sacaron adelante, y con un esfuerzo que le ha hecho ganarse cada metro cuadro de su prestigio ha alcanzado el estatus de estar considerado el arquitecto vivo más influyente del mundo. Por si alguien lo pone en entredicho, aquí van unos argumentos de peso:

El aeropuerto moderno, aquel que supuso el fin de aquellas shoe boxes (cajas de zapatos) que antes se construían, es obra suya. Se lo inventó en Stansted, a las afueras de Londres en 1991. La idea consistió en bajar los suministros del techo a los sótanos y en usar los pilares como “árboles” de distribución. Así entró la luz a raudales, una de sus particulares obsesiones. La vieja oficina, otro caso de edificio oscuro y compartimentado de forma innecesaria, la erradicó él con el proyecto de 1969 para la naviera Fred Olsen, de nuevo en la capital británica. Aquí la genialidad residió en que mandos y empleados compartieran el mismo espacio, impensable hasta entonces. También confrontó los retos medioambientales de la edificación antes que nadie, inspirado por su maestro el visionario Richard Buckminster Fuller, y suyo es el diseño del aerogenerador más extendido por todo el mundo. Ningún desafío le ha quedado grande. La propia definición de la ciudad moderna constituye uno de sus principales desvelos en la actualidad. Tiene clara la receta: “La ciudad compacta es más sostenible. Comparemos Detroit y Copenhague, con la misma población y clima parecido. La segunda tiene cuatro veces mayor densidad y consume la décima parte de energía porque los desplazamientos resultan más cortos”.

No obstante, hay quien ve en el inventor del estilo ‘high-tech’ más un ingeniero que un arquitecto. Lo cierto es que fue un niño fascinado por el cómic de ciencia ficción y no hay nada que le guste más que los artefactos con complicaciones mecánicas: relojes, helicópteros, lanchas, coches… En su casa de Suiza, un castillo del siglo XVIII entre viñedos, ha montado un museo con reproducciones de los 75 aviones que ha pilotado a lo largo de su vida. En cualquier caso, no se le pueden negar pretensiones estéticas a su obra; es el autor de la rehabilitación Reichstag de Berlín, con su aplaudida cúpula de cristal desde la que la ciudadanía vigila las labores de los parlamentarios. Fue además un edificio pionero en eficiencia energética y es precisamente esta cualidad de ir adelantado a su tiempo lo que le convierte en un número uno. Aun hoy, ya octogenario, en todo lo que hace mira más allá.

El director de la última Bienal de Venecia, el arquitecto chileno Alejandro Aravena, puso bajo el foco de este certamen la arquitectura que se hace fuera de los grandes centros de poder, humilde y a su vez tremendamente ingeniosa. Usted estuvo allí. ¿Le gustó el mensaje?

Creo en él completamente. De formas muy distintas, la fundación Norman Foster apoyará este tipo de proyectos que muchos arquitectos piensan que no son arquitectura. La estructura básica del aeropuerto de drones está compuesta de tierra, en un 92 por ciento. El resto es cemento y otros conglomerados. Se puede hacer localmente, sin apenas acceso a infraestructuras básicas, y sale muy bien en términos económicos. Si a la gente le das la oportunidad de crear para su propia comunidad y no elevas en exceso los costes de la mano de obra, se abre un campo de actuación maravilloso.

¿Cuál es la génesis de un proyecto como este tan diferente a lo que suele construir Foster+Partners?

El periodista Jonathan Ledgar, a quien conozco desde hace tiempo y escribe sobre África para la revista ‘The Economist’, me vino con la idea de un sistema de drones para países sin infraestructuras básicas, como solución real de transporte. Sabía que yo piloto aviones y helicópteros, además de que he construido los mayores aeropuertos del mundo. ¿Qué te parecería hacer el más pequeño del mundo?, me preguntó. Quedé entusiasmado con la idea. Mi familia y yo hemos intentado financiar un programa escolar en África, pero debido al complejo mundo de las ONGs y a pesar de poner los mayores esfuerzos en ello, no ha salido todavía adelante. En ese momento, además, un socio del estudio, Narinder Sangoo, venía de dar clases de dibujo en Sierra Leona a niños traumatizados por la guerra y durante esa estancia había aprendido cómo están las cosas por ahí. Él es quien lidera el proyecto.

¿Por qué decide englobar el diseño de este aeropuerto en la fundación?

Así es más fácil que se haga realidad, al haberme permitido involucrar a profesores y estudiantes de cinco universidades: la Politécnica de Madrid, Cambridge, el MIT de Massachusetts, la ETH de Zurich y la EPFL de Lausanne, además de la fundación especializada en construcción sostenible LafargeHolcim. Y con este enfoque en la investigación, durante su diseño el aeropuerto ha podido evolucionar hacia algo aún más interesante: un sistema constructivo que vale para muchas más cosas, entre ellas hacer comunidad. Dentro del estudio no hubiera sido posible que tomara este camino.

¿Ya hay planes para construir el primero?

Jonathan acaba de conseguir la financiación del Banco Mundial y tiene localizado el sitio. Por motivos de confidencialidad no puedo contar más, pero es un muy buen comienzo. Quiero destacar que, al inicio de Foster Associates, nuestros encargos eran ultra ‘low cost’. En las oficinas para Fred Olsen, por ejemplo, hubo que adaptarse a un presupuesto ajustadísimo. Sabemos trabajar así.

En ese edificio junto al Támesis y en la sede de Willis Faber & Dumas se puede decir que inventó la oficina moderna. Ahora que está apunto de inaugurar la sede de Apple, una nave espacial según el difunto Steve Jobs. ¿Cómo cree que deben ser los centros de trabajo en la economía digital?        

Creo que se está dando una evolución sin rupturas. En aquellos primeros proyectos tiramos muros, introdujimos color a moquetas y cortinas, colgamos obras de arte en los despachos, redujimos el consumo de energía… Eso sí fue radical. Las oficinas eran espacios terribles y nosotros llevamos ‘glamour’, un nuevo estilo de vida. Cuando acaben las obras en Apple, en vez de un complejo de oficinas rodeadas de asfalto –lo que había antes cuando era la sede de Hewlett Packard–, el 72 por ciento del complejo lo ocuparán espacios verdes gracias a que enterramos el aparcamiento. Habrá también el doble de árboles y solo 4 edificios frente 24, mientras que el número de trabajadores habrá aumentado de 8.400 a 18.000. La nueva sede de Bloomberg estará ventilada de forma natural en vez de usar aire acondicionado, con lo que el ambiente de trabajo será mucho más agradable. Y si la gente está más a gusto, trabajará mejor. No se trata solo de eficiencia energética.

¿Cómo está redefiniendo el aeropuerto moderno en México DF?      

En un aeropuerto, hasta ahora, la mayor arcada que podías ver era de 36 metros de envergadura. Los techos son horizontales; los muros, verticales, y diferentes módulos te llevan hasta el avión. El nuevo aeropuerto de México es un cuerpo continuo, muy ligero, cuya arcada más grande mide 170 metros. Su grandiosidad conecta más con una catedral; tiene una dimensión poética, humanista, y está preparado para adaptarse a lo que pueda venir en el futuro del cielo. Su belleza viene de llevar dentro la luz natural. En el centro de atención a enfermos de cáncer de Manchester también nos esforzamos en capturar las vistas en derredor para que el propósito de diseñar fuera también el de curar. Una reciente investigación de la Harvard School of Public Health ha demostrado científicamente, cuantificándolo, cosas que pensábamos que eran así de forma intuitiva: que trabajamos mejor, que somos más eficiente y activos en un entorno conectado con la naturaleza.

¿Por qué la planta del aeropuerto mexicano tiene forma de escarabajo?

Se generó a partir del estudio del flujo de gente y del tráfico aéreo, para que se reduzca la distancia caminando y tenga flexibilidad para recibir aviones de todos los tamaños. No fue premeditado. Cuando diseñé la torre Swiss Re, en Londres, nunca pensé que la compararían con un pepinillo [ríe]. Creo que fue mi querido colega Buckminster Fuller quien dijo: cuando diseño nunca pienso en que debo crear algo bonito, pero si luego no lo consigo, creo que no he tenido éxito en lo que he hecho. Esta búsqueda de la belleza, de una poética o de una dimensión espiritual de los espacios, es inherente a mi proceso de creación.

¿Piensa que cuando crea algo perfectamente funcional la belleza viene sola?

No. Creo que a un mismo tiempo buscas soluciones que satisfacen las necesidades de aquello que se puede medir y de aquellas que no. Tomemos de referencia el Sainsbury Center for Visual Arts, donde puse bajo un mismo techo varios edificios que antes estaban dispersos. De esta forma, las obras de arte, las clases y hasta el bar, así como lo que hacen comisarios, profesores y alumnos, compartieron un mismo escenario donde el arte lo contamina todo. Además, introduje luz natural para trabajar y aprender junto a la naturaleza; la vista sobre el lago, dejando fuera del marco las edificaciones vecinas, induce a un verdadero estado de calma zen. Y esta estrategia espacial, en paralelo, trajo consigo la reducción del coste energético. Como arquitecto, pienso en todas estas particularidades a un mismo tiempo. Parte surge de investigar por nuestra cuenta y parte de reunir a mucha gente alrededor de una mesa y escuchar sus sugerencias, desde el profesor hasta la señora de limpieza. Cuenta la opinión de todo el mundo. 

En términos de eficiencia energética Masdar City, en Emiratos Árabes Unidos, ha sido quizá su mayor reto hasta la fecha. ¿Está contento con cómo está funcionando?

Masdar City es un experimento muy serio y está funcionando muy bien. No olvidemos que se trata de un instituto de investigación en energías renovables, con sus laboratorios, y no hay nada que consuma más energía en el mundo que unas instalaciones de este tipo, la cual la suministra las 24 horas al día, los 7 días a la semana, sus propias placas solares. Hay cambios de gestores cada cierto tiempo y a veces no hay continuidad en la dirección. También se dan avances tecnológicos que afectan a ese trabajo de investigación y obliga a cambios sobre la marcha. Por ejemplo: en Masdar se han dado cuenta de que, a nivel del suelo, resultan mucho más fácil de mantener los paneles solares, cuando todo el mundo asume que deben ponerse en el techo porque la incidencia del sol es más directa. Pero es que en el desierto la arena enseguida lo cubre todo y en esa posición es más difícil de limpiar. Durante los experimentos también han descubierto que, como colectores solares, el plástico inflado es muy eficiente. Siempre están a buena temperatura y no retienen tanta arena. Y como están hechos con arena local, tienen el color del desierto y no ves si están sucios o limpios. En definitiva, hay mucha investigación y la realidad es que funciona: hay cero desechos y cero emisiones.

¿Es usted optimista en la forma en que el ser humano está enfrentándose al reto del cambio climático?

No, porque no creo que exista suficiente investigación. Debería haber mucho más apoyo de los gobiernos y más comunidades experimentales, sea al estilo Masdar o a través de instituciones de otro tipo. Creo que fue Edison, no estoy seguro, quien dijo que un fallo es una manera de descubrir como no hay que hacer las cosas.

¿Nos queda tiempo?

No nos queda tiempo para no hacerlo. No nos podemos permitir no empezar a intentarlo.

¿Está tal vez la respuesta en el espacio? Usted y su estudio han planteado asentamientos en la luna y marte.

Eso parece pensar Elon Musk. Al menos muchos de los avances en la tierra han nacido de exploraciones espaciales. Es el caso del aeropuerto de drones y su sistema constructivo, a donde llegamos tras desarrollar esos asentamientos. Es la misma filosofía. A la luna o marte solo puedes transportar lo mínimo y, al aterrizar, tienes que saber utilizar los materiales que tienes ahí; nosotros planteamos imprimirlos con un aditivo. A muchas partes de África no puedes transportar gran cosa y tienes que aprender a apañarte con lo que tienes en el lugar. La diferencia es que aquí emplearemos mano de obra local en vez de robots.

En su país, arquitectos, diseñadores y profesionales de los sectores de la construcción y del mobiliario se han dirigido al gobierno británico para que ponga ya medidas ante el Brexit, pues dejará al país sin muchos profesionales cualificados. ¿Cuál su posición al respecto?

En mi profesión de arquitecto, españoles y alemanes son las nacionalidades predominantes. Por su educación son capaces de asumir todas las responsabilidades de este trabajo y a mí me gustaría seguir contando con ellos. Aunque 17 millones votaron en contra, quiero pensar que la puerta seguirá abierta, que la decisión de irse vaya a ser tan radical. Estoy totalmente a favor de que sigamos en Europa. Pienso en las universidades, en las que el sistema de becas ha funcionado a través de fondos europeos. Si eso cambia, el gobierno debe seguir apoyando la investigación. Es vital para que sigamos siendo competitivos.

Investigar. Ese parece ser su gran bandera.

Es mi gran pasión, de la que sale la idea de crear la fundación. El propio estudio funciona de forma muy parecida a una universidad porque invertimos mucho en investigación. Lo divertido es tiene facetas muy diversas. Cuando hicimos la casa para los elefantes de Copenhague, dos chicos del estudio se pasaron una semana dentro del zoo para entender la vida de los elefantes, nuestros clientes. Hablemos de Masdar, el Imperial College o el centro de estudios del cerebro en Israel, todo tiene su génesis en el deseo de preguntarse el por qué de las cosas. En la propia naturaleza humana está el querer llegar a lo más alto, explorar lo desconocido.

¿Cuál será su legado?

Una filosofía de trabajo basada precisamente en eso, en la curiosidad por cómo funciona todo y en el respeto por aquello que funciona, por los procesos efectivos de producción. Todavía visito fábricas y hablo con sus dueños. Creo en el espíritu colaborativo, en generar energía entre todos. El dinero es lo de menos. Se puede hacer gran arquitectura con presupuestos muy ajustados.

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