Por Txema Ybarra
Uno de los matrimonios mejor avenidos en la industria del mueble lo compusieron Hans J Wegner y Carl Hansen & Son. Después de la Segunda Guerra Mundial, diseñador y fabricante produjeron en Dinamarca algunos de los iconos del mobiliario más reconocidos del mercado. El primer alumbramiento de esta pareja, en 1950, fueron cuatro sillas de madera con asiento de papel de cuerda que corrieron suerte muy dispar. La más fácil de identificar hoy por el gran público es la CH24, conocida también como la Wishbone Chair, siempre presente en las revistas de decoración por el motivo que sea. Ni la lámpara Tolomeo de Artemide ni la Lounge Chair de los Eames se alcanzan a ver tanto en Pinterest o en las producciones de interiorismo.
Sin embargo, en el momento de su salida al mercado la CH24 se consideró más bien una rareza. «Era demasiado vanguardista», reconoce Knud Erik Hansen, tercera generación al frente de la compañía. «Todo el mundo hablaba de ella y los periódicos y las pocas revistas que se ocupaban de estos temas entonces la ponían fenomenal. Pero nadie la quería comprar». Ocurrió que, al de un tiempo, entusiasmó en Estados Unidos, convirtiéndose de la noche a la mañana en un icono del diseño gracias a sus angulosas y valientes formas, adaptación de la silla Ming de origen chino, muy de moda entonces.
Aunque a otro nivel, la confortable butaca CH25 también funcionó y desde antes. Es un excelente ejemplo del grado de sofisticación al que puede llegar la industrialización de la artesanía, sin que lo primero pervierta lo segundo. Tal es así que aún hoy un tejedor experimentado necesita cerca de 10 horas para montar el trenzado doble del respaldo y el asiento de una sola unidad. Por contra, la intrincada construcción del respaldo de la CH22, la primera en salir al mercado de las cuatro que diseñó Wegner, hizo que se dejara de producir durante décadas, hasta el año pasado, fecha de su resurrección.
Y en 2017 ha renacido la CH23 para que al fin vuelvan a estar todas juntas en fábrica. Fue, no obstante, el primer ‘best-seller’ de las cuatro. También de líneas depuradas, era más discreta. Ideal, en fin, para el comedor de una casa más al uso en la época, pero eso también provocó que quedara desfasada antes. Presentada durante la pasada feria del mueble de Estocolmo y a la venta desde junio de este año, ya no se hace en teca sino en madera de roble o de nogal, más sostenibles. Por lo demás, exhibe su sencillez original, sin brazos y con la forma arqueada de las patas traseras para garantizar su estabilidad, y un único detalle de fantasía: la cruz que señala el encuentro del respaldo con su estructura. “La nueva versión de la CH23 es totalmente fiel a los bocetos originales que Wegner dibujó a mano. La única modificación en su fisonomía ha consistido en añadir dos centímetros a la altura de la silla para proporcionar una mayor ergonomía a los entusiastas del diseño actuales, que son un poco más altos hoy que en 1950”, apunta Knud Erik Hansen.
El director general de Carl Hansen & Son también cree que a las nuevas generaciones les gustará porque “aúna funcionalidad, sencillez y calidad”, las señas de identidad del buen diseño hoy en día. “Se puede estar cómodamente sentado en ella durante horas sin cansarse. Y además de ofrecer una grandísima comodidad, la CH23 ocupa muy poco espacio alrededor de la mesa, lo que hace que encuentre su sitio incluso en comedores pequeños y cocinas. En realidad, vale para cualquier ambiente y resulta tan moderna y atemporal como en aquel entonces”. El resistente asiento de cuerda de papel puede durar hasta 50 años, garantía que dan desde esta empresa que encontró junto a Wegner una fórmula que resultó súper ventas: adaptar el diseño contemporáneo a los valores de siempre.
El diseñador no dejó nada a la suerte cuando las cuatro sillas empezaron a producirse. Debido a la intensa relación de trabajo con los carpinteros, decidió mudarse con la familia Holger Hansen a la isla danesa de Funen, donde aún se encuentra la fábrica. Con sus setos podados con el máximo esmero, las bucólicas huertas y sus suaves colinas, es conocida como el jardín de Dinamarca. La casa de Knud Erik Hansen es una enorme construcción tradicional del siglo XVII de paredes blancas y techos rojos a dos aguas. El suelo son grandes tablones de roble desgastados por el paso de los años y no abundan los muebles y los detalles decorativos; hay pocos y escogidos, y ni rastro de materiales como el plástico, el acero o el aluminio, que le producen alergia. Como él mismo reconoce, “el mal tiempo obliga en nuestro país a que pasemos bastante tiempo puertas adentro y nos fijemos mucho en lo que ponemos en nuestras casas. Todo tiene que ser muy especial y natural para que encaje en la filosofía ‘hygge’, que habla de la importancias de los placeres sencillos”.
Formado como ebanista, durante su estancia en la isla Wegner pudo revisar, envuelto en el intenso aroma a madera de la fábrica, cada actuación durante las últimas y críticas semanas de producción. Como el gran creador que era, veía muy claro que el demonio habita en los detalles. Los artesanos Carl Hansen & Son pasaron tres semanas preparando y montando los diferentes componentes de las sillas. Para hacer una sola Wishbone Chair son necesarios más de cien pasos y la mayoría aún exigen hoy que el trabajo sea manual, como el asiento, que obliga a tejer 120 metros de cuerda de papel, una operación que lleva cerca de una hora a un experimentado operador. Desde la particular curvatura del respaldo con forma de horquilla hasta el lijado final respondían a exigencias muy concretas de Wegner. Según el director del Museo del Diseño de Dinamarca, Christian Holmsted Olesen, la CH24, con su expresiva y gráfica silueta, “es un icono de todo lo que representa el diseño danés: la artesanía más delicada, la sensibilidad por el detalle y los materiales naturales y una durabilidad superior. De hecho, esta es la única forma de diseñar algo cuya vida se prolongue más allá de su propio tiempo”.
Los contornos orgánicos y los refinados detalles de las cuatro sillas dejaban patente el talento de aquel joven prodigio como diseñador y artesano. Aunque los diseños de Wegner en muchos sentidos representaban una brusca ruptura con la tradición, enseguida conectaron con el gusto de sus compatriotas y sentaron las bases de la década dorada del diseño danés, los años 50, que también lo fue del Mid Century y en paralelo vivieron el despegue del ‘made in Italy’. En Dinamarca, a mitad de siglo, despuntan asimismo las figuras de otros brillantes diseñadores como Poul Kjærholm y Finn Juhl, cuya reivindicación en los últimos tiempos ha llevado a que casi no queden piezas auténticas de esa época en el mercado, y lo que hay alcanza precios desorbitados.
En todo ese despegue tiene mucho que ver Knud Erik Hansen, quien en 2002 tomó las riendas de la empresa familiar tras renunciar su hermano mayor a la presidencia. El primero llevaba largos años trabajando entre el Lejano Oriente y Sudáfrica en otros negocios ajenos al del mobiliario y nunca se planteó entrar en Carl Hansen & Son –incluso pensó en la venta de sus acciones–, pero respondió a la llamada de la familia y, al asumir la dirección del negocio, apostó por internacionalizarlo y ‘vender’ todos esos atributos que han hecho tan famosa la marca.
*Reportaje publicado en el número 10 de la revista Dapper.
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